sábado, 27 de agosto de 2011

Llamémoslo adrenalina.

La racionalidad acudió a mi cabeza, machacando mis expectativas. Lo que estaba haciendo no estaba bien. No me estaba aprovechando de él, porque yo también era su capricho, pero me sentía mal por lo que iba a ocurrir. ¿Me merecía yo a caso todo esto? Él abrió la puerta, y mientras me sonreía travieso, me invito a pasar. Las piernas me fallaban por culpa de la maldita inquietud. Tras observar con poco detenimiento aquella lujosa habitación, me senté en la cama, intentando parar aquel temblor y mirarle.
-Voy a darme una ducha.
No estaba segura de si aquello era una invitación a que pasara con él, pero preferí quedarme en el sitio, asintiendo con la cabeza. No quería parecer estúpida entrando, sin que él me lo pidiera. Tras cerrar la puerta, recordé el hecho de que no había cogido ropa para cambiarse, tampoco es que la necesitara más tarde contando con el hecho de que hablar, lo que se dice hablar, no era exactamente lo que teníamos en mente ninguno de los dos. Estaba segura de que mi adrenalina se iba a disparar cuando escuchara cerrar el grifo. Y estaba deseando que eso pasase.

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