martes, 27 de diciembre de 2011

El hombre que silbaba.

Esa mañana el aire vienés nublaba las ventanillas del tren y, mientras la gente iba a trabajar, ajena a todo, un asesino silbaba su alegre tonada. Compró un billete. Intercambió los corteses saludos de rigor con sus compañeros de viaje y el revisor. Incluso cedió su asiento a una ancianita e inició una educada conversación con un apostador que hablaba de caballos americanos. A fin de cuentas, al hombre que silbaba le encantaba hablar. Hablaba con la gente y acababa ganándose su simpatía y confianza. Hablaba con ellos mientras los asesinaba, mientras los torturaba y martirizaba con su cuchillo. Sólo silbaba cuando no tenía con quien hablar, por eso también lo hacía después de cometer sus crímenes…
-Entonces, ¿dice que el siete ganará en las carreras?
-Sin duda.-El apostador sonrió de oreja a oreja. Ya se había ganado su confianza-. ¡Aparecerá a sus espaldas y se los llevará a todos por delante!-gritó. Haciéndose oír por encima del traqueteo del tren.
-Si usted lo dice… -El hombre que silbaba sonrió, preguntándose cuánto tardarían en encontrar el cuerpo del inspector en ese BMW recién comprado.

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