lunes, 5 de diciembre de 2011

Me repugna el amor. Así de claro.

Sobrevalorado. Así está el amor. La sociedad tiñe el amor con el halo del trastorno obsesivo-compulsivo, con una necesidad que desgarra y quema. Mentira, la sinceridad ante todo. Eso de depender de una persona, de que tu vida esté compuesta solo por ella, lo inventó el cine y los amantes suicidas con tendencia a hacer estupideces. El amor no trata de una gran utilización de posesivos ni de unos celos frustrantes, no trata de saber qué hace el otro en todo momento, de llorar su ausencia o de querer abrirse las venas en canal cuando te piden un tiempo. Somos humanos, cometemos tonterías, hasta ahí lo entiendo pero, ¿tantas? ¿Qué nos ha pasado? Hubo un momento que el amor se mostró difuso y lo exageraron hasta un punto inimaginable, lo convirtieron en algo comercial: los regalos de disputa, de aniversario, de San Valentín… Los grandes empresarios han transformado el sentimiento del amor en lo que ellos han querido. Por eso me da asco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario