miércoles, 7 de septiembre de 2011

Dejarse llevar.

No me hizo falta verme reflejada en ningún sitio como para saber que el color se había esfumado de mi cara al verle. Las fotografías no podían llegar a capturar la hermosura de ese cuerpo ni por asomo. Ni siquiera yo podía haberme imaginado que, detrás de esas ropas, se escondía un torso tan bien formado. Me mordí el labio, intentando retener los deseos de quitarle la toalla. El apetito de su cuerpo estaba empezando a sucumbir a mi coherencia. ¿De verdad quería hacerlo? Cualquiera mataría por estar a mi lugar, y yo, simplemente dudaba.
Anduvo hasta mi posición y colocó sus manos en mi cadera. Sus ojos tan solo miraron a los míos durante un instante, enseguida pasaron a mis labios. La distancia tan ínfima que había entre los dos estaba empezando a encapotar la poca sensatez que me quedaba. Sucumbir a los encantos de tal hombre, era algo que cualquiera haría. Pero yo era una chica que pensaba demasiado, que planeaba incluso las consecuencias de cualquier acto. Mi cuerpo me pedía a gritos que me dejara llevar, que me merecía una noche loca y desenfrenada de sexo. Que me merecía esa noche. Él me mordió el cuello y metió sus manos bajo mi camiseta para desabrochar mi sujetador. Suspiré y rechacé la voz de mi maldita conciencia. Solo quería disfrutar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario