viernes, 7 de octubre de 2011

Que se fugue la distancia.

Sus ojos le pedían a gritos cerrarse, descansar y dormir esas horas que tanta falta le hacían. Llevaba una semana dando vueltas en la cama, durmiendo un par de horas y tomando café a litros. Justo ahora, cuando debería estar despierta, su cuerpo le fallaba y le reclamaba un poco de reposo. Se levantó de la silla y paseó en círculos. Era el único modo de que no se desvaneciera a causa del agotamiento. Le resultaba bastante incoherente la situación, debería estar más despierta que nunca, el momento que tanto ansiaba iba a llegar y no era capaz ni de soportar su alma. Miró el reloj y le irritó que el avión no fuera más puntual. Las personas de su alrededor no se mostraban tan impacientes como ella se encontraba. Cerró los ojos unos segundos, por el mero hecho de sosegarse y habría jurado que el pequeño momento que había mantenido los ojos así, había sido un par de minutos en los que se había quedado dormida de pie, puesto que la gente empezaba a salir. Corrió hasta el extremo, donde ya no había cuerda y se mordió el labio al pensar que tras tantos meses, volvería a verle, a abrazarle, a olerle y a besarle. El último, fue el último. Siempre manteniendo la expectación hasta el último momento. Se encontraba más delgado pero igual de sonriente. No tardó ni un segundo en encontrarse con su mirada. Corrió hacia ella, que deseaba moverse pero su cuerpo tan solo reaccionaba para hacer que su corazón latiera tan rápido que notara en cada parte de su organismo ese pulso que estaba enloqueciendo. La elevó en un abrazo y colocó su nariz en su yugular para exhalar el perfume de frutas que siempre llevaba y que tanto le seducía. “Te haría el amor aquí mismo” dijo tras besar sus labios, añadiendo un “ni te imaginas lo que te he echado de menos”. Ella enmudeció y cerró los ojos, pudiendo encontrar la paz entre sus brazos por primera vez en todos esos meses de abstinencia.

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